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domingo, 26 de agosto de 2012

Capitulo 5

-Helbus.- dijo Nate, firme y serio. Se puso en pie y se colocó en frente de él. Helbus observa los dos encarcelados, y sonríe andando de un lado a otro del pasillo de la celda.
-He venido a despedirme.- dijo.
-Qué amable por tu parte.- soltó Gary irónicamente. Helbus le miró fijamente, pero lo ignoró.
-Mañana no podré asistir a vuestra ejecución. Tengo una reunión importante. Y no puedo perdérmelo. Como rey, debo asistir.- dijo mirando al chico, con una mirada de triunfo.
-¿¡Porqué nos has traicionado!? ¿Qué planes tienes, eh?- Preguntó Nate irritado. Helbus se volvió hacia él.
-Eso no te incumbe.- dijo con una mirada fría y penetrante.
-¿Qué más te da, Helbus? De poco nos servirá esa información. Te recuerdo, que mañana moriremos, gracias a ti.- dijo Gary con una voz apagada.
-Tienes razón ¿sabéis lo que pienso hacer?- los dos, lo miraron con ojos desagradables pero expectantes.- Pienso conquistar el mundo entero.- Gary y Nate intercambiaron miradas sorprendidos y preocupados, por la gran noticia de Helbus.
-¿¡Te has vuelto loco!?- gritó Gary atónito.
-Sí.- dijo simplemente con una mirada malvada.- pienso crear un ejército invencible, del cual nadie podrá derrotarme. Una pena que no estéis allí para verlo.
-¿Desde cuando llevas planeando eso?- preguntó Nate.
-Desde antes de que nacieras.- dijo Helbus alejándose de ellos.
-Eres un traidor y un…- Comenzó a decir Nate, pero no acabó la frase.
-No pierdas el tiempo insultándome Nate, yo que tú pensaría una forma de salir de aquí vivo.- Dijo riendo a carcajadas y saliendo del lugar.
Nate y Gary se miraron mutuamente sin saber qué decir.

A la mañana siguiente. Antes del amanecer. Una voz lo despierta y vuelve a la realidad.
-Shhhhip shh! Nate.- dice susurrando.- Nate levanta la cabeza y se asoma a la puerta de la celda. Un pelo rojo distingue a la perfección a esa persona.- ¡despierta!
-¿Loreen?- Nate se levanta y se acerca a ella.- ¿Qué estás haciendo?- Nate se percató de que Gary estaba al lado de ella, fuera de la celda.
-¿Tu que crees?- dijo con un manojo de llaves en la mano. Mientras intentaba abrir la puerta con cada una de ellas.
-Si te descubren, estás muerta, ¿Lo sabes?
-Sí, lo sé. Pero no pienso quedarme de brazos cruzados viendo cómo os llevan a la horca. Y Helbus haciendo lo que le da la gana con el reino.- dijo. Al mismo tiempo sonó un “crush”. La puerta estaba abierta.
-¿Y los guardias?- preguntó Nate.
-Sólo había uno, y está inconsciente.- Loreen era muy buena dando patadas y puñetazos, no era extraño que lo dejase inconsciente.
-¿Y no te vieron?
-Tenía una capucha, pero como ustedes no tenéis nada…- Gary la miró asombrado. Loreen sonrió ante su sorpresa.- iremos por aquí.- Loreen, condujo a Gary y a Nate al final del pasillo. Estaba la pared rocosa y dura, no había por dónde salir. Ella tocó una piedra de la pared y ésta se aplastó hacia dentro. Al mismo tiempo apareció un pasadizo. Al pasar, Loreen volvió a tocar una piedra y ésta se cerró detrás de ellos como si nada.
-¿Y eso?- preguntó Nate sorprendido.
-Pasadizos secretos. –Ella sonrió. Al final del pasadizo, se podía ver una luz que procedía del exterior.- Ya hemos llegado.- al salir se encontraron unas enredaderas y otro tipo de maleza que ocultaba la salida del pasadizo. Estaban fuera del castillo. Habían pasado debajo del castillo y del jardín. Fuera había dos caballos, uno blanco y otro negro.- Antes de marcharos quería deciros una cosa. Si no logramos hacer algo, el mundo tal y como lo conocemos ahora se volverá negro y oscuro.
-¿Qué intentas decirnos?
-He escuchado una conversación de unos tipos estraños que andaban por los pasillos del castillo, Helbus va a formar un ejército invencible.
-Sí, lo sabemos.- dijo Gary agachando la cabeza.
-Entonces, ¿sabéis lo de la magia oscura?
-¿¡Magia oscura!? – gritó Nate. Helbus estaba convencido de conquistar el mundo.
-Sí, escuché algo de un ejército creado mediante la magia oscura.
Nate y Gary se quedaron con la boca abierta. La magia oscura, estaba prohibida. No había leyes contra ellas, porque todo el mundo pensó que se había extinguido.
-¿Y qué podemos hacer?- sugiere Gary.- ya que eres tan lista. – le sonríe Gary. Loreen lo observa intentando que ese comentario le moleste pero al mirarlo a los ojos, se da cuenta de que es imposible.
-Pues sí, conozco a alguien que puede ayudaros. Se llama Axel Donovan, vive en el reino de Dalmot, allí es una leyenda. Todo el mundo lo conoce. Preguntad por el y la gente os ayudará.
-Gracias Loreen.- Dijo Nate abrazándola. Y montó en el caballo negro.
-En los caballos tenéis comida y agua para dos días.- Gary se acercó a ella y también la abrazó. Pero de forma diferente. Aquel abrazo era dulce y fuerte, como todo lo que viene de Gary. La derretía por dentro. Se separaron y se miraron a los ojos mutuamente. Loreen no resistió más y se acercó a él. Le besó en los labios. Un beso lleno de amor y esperanza. Gary se quedó sorprendido. Pero le encantó.
-Tenemos que irnos.- insistió Nate. Aguantándose la risa. Era la primera vez que los veía así. Eran una bonita pareja. La mejor que había visto. Pero ahora tenían que ir a Dalmot. Debían salvar el mundo.
-Adios Loreen, volveré a por ti.- dijo Gary con una gran sonrisa, y montando en el otro caballo.
-Te estaré esperando.- los dos muchachos se marcharon de aquel lugar.-Buena suerte.- dijo entre susurros, y observándolos en el horizonte.


Renée estaba en la puerta de su casa con las maletas en el suelo, y muy impaciente.
-¡Norah! ¡Que no tenemos todo el día!- gritó.
-¡Ya voy!- dijo Norah, bajando las escaleras. Y todavía dándole vueltas al pelo.
-Que obsesión por el pelo querida.- le dijo Renée, riéndose por lo bajo. No podía evitar reírse de algo tan estúpido.- venga, coge tu maleta y vámonos.- Norah la cogió y cerró la puerta de su casa.
-Es que es difícil tener el pelo bien, y por una vez que salgo de casa... Ya sabes.
-Tu pelo es precioso cariño.- Renée y Norah fueron a una calle, donde el carruaje siempre paraba. Allí vio a Tess, que estaba colocando sus cosas en la parte trasera del vehículo.
-Hola Tess.- le dijo Renée saludándola. Ella se volvió.
-¡Hola! Por fin llegáis. Lo habéis pillado a tiempo.- dijo Tess ya de camino a montarse dentro del carruaje.
-Sí, lo siento.- dijo Renée ignorando el suceso del pelo de Norah. Ella colocó sus maletas y las de Norah.- Norah vete sentando, ahora voy yo.- Norah asintió y se montó.
Había 3 huecos en cada lado. En un lado estaba Tess, y sus dos hijos. Ella se sentó en el otro que estaba solitario. Al momento llegó Renée que se sentó a su vera. Tess gritó al chofer.
-¡Ya nos podemos ir, señor!- el vehículo se puso en marcha. Tenía tapado el colgante, debajo de la blusa, por si acaso.
Por desgracia a Norah le tocó delante de aquellos siniestros niños. Esos gemelos preciosos, que te fijaban la mirada, y no la apartaban de ti hasta que hubiera algo más interesante a lo que intimidar. Ella sabía que no se iba aburrir. Lo único que quería, era que por lo menos su pelo, saliera vivo de aquel viaje.

jueves, 16 de agosto de 2012

Capitulo 4


Norah, estaba tan sorprendida como el hombre. Aquello resultaba imposible, dentro de lo que cabe. Pero nunca llegó a pensar en semejante tiro, cuando ella nunca había hecho algo así en la vida. De pronto vuelve a la realidad y recuerda las 20 monedas de oro que había ganado con ese tiro.
-Señor – el dueño aun sin pronunciar palabra dirige su mirada hacia ella.- mi dinero.- ella extiende la mano frente a él. El hombre se dirige a una mesita donde estaba colocada la bolsa de las monedas, la coge y se la lleva. Antes de dársela, el hombre fija su mirada en el colgante de Norah. Una bella piedra roja, parecido a un rubí. Tenía algo especial, algo que le atraía. Quería ese colgante, ahora. Extiende el brazo para coger la piedra y observar más detenidamente. A Norah no le hizo mucha gracia y se retira.- Dame el dinero.- dice seria.
-Quiero tu colgante.- el hombre parecía hipnotizado.
-Jamás.- dijo firmemente. La gente también se percató del bello colgante.
-¡Quiero tu colgante, dámelo!- todos lo decían, al mismo tiempo que se acercaban a ella. Norah estaba rodeada ¿Qué tenía su colgante, que a todos los volvían raros?
Ahora estaba demasiado asustada como para pensar en eso.
Ya estaban muy cerca de ella, casi la rozaban. No sabía que hacer. De repente, una mano salvadora la cogió por detrás y la arrastró hacía unos puestos de telas de seda y de otros tipos, que podían ocultarlos de la multitud.
Cuando Norah se fijó en la persona que le había rescatado, no pudo observar su rostro porque llevaba una capa oscura que lo ocultaba. Eso la asustó aun más. El desconocido aun la tenía cogida del brazo. Ella se zafó y se retiró.
-¿Quien eres?- Pero el desconocido la volvió coger y le tapó la boca. Aun había gente por allí buscando a su apreciada piedra.
Pasados unos minutos, la soltó. La chica tenía el corazón a mil por hora. Estaba muy asustada. Entre toda esa gente y el tipo raro no pudo aguantar más, y salió corriendo en busca de Renée.
La  persona que no le hacía mucha gracia ver, pero tenía tanto miedo que le daba igual el castigo que le diera.
Corrió por todo el mercado, debía andarse con ojo por si acaso, tapándose su colgante. Renée no estaba por ninguna parte. Ella agobiada aun, se le escapó algunas lágrimas. Seguía buscando, pero nada. De repente pudo ver a alguien parecido, se acercó pero no era ella.
No sabía por donde buscar. De pronto, su nombre le llega a sus oídos como un cañonazo.
-¡¡Norah!! – ella se vuelve, y ve a su tía muy enfadada yendo hacia ella. Pero Norah llega antes. Desesperada, la abraza. Llorando, del miedo que acababa experimentar.
-¡Renée, perdóname!- gritó Norah. Renée parecía más calmada.- No estoy segura de lo que me ha pasado pero he pasado mucho miedo. Todos iban a por mí y…- Renée le coge el rostro con sus manos.
-Tranquilízate. Vamos a casa. – Por el camino, las dos seguían abrazadas. Pero no intercambiaron palabra.
Al llegar, Norah se sentó en una silla de la cocina. Renée empezó a recoger cosas. Ella se extrañó.
-Tía, ¿Qué estas haciendo?- Renée puso la bolsa de viaje encima de la mesa de cocina. Mientras metía algunas cosas.
-Nos vamos.- dijo simplemente. Norah se quedó sorprendida.
-¿Adonde? Y ¿Por qué? – Renée se quedó parada de pie.
- Lo que te ha pasado. Tiene una explicación ¿sabes? Tenemos que visitar a un viejo amigo. Es el único que te puede explicar lo que te a acaba de pasar.- Norah no sabía que decir, al menos podría averiguar porqué la gente se volvió tan rara de repente.
-Y ¿adonde vamos?
-A Dalmot. Tess y sus hijos se marchan allí mañana, en un carruaje que pasa por aquí. Nosotras iremos con ellos.- ¿sus hijos? Como los odiaba. Tess tenía gemelos, muy lindos. Parecían angelitos, rubios y de ojos azules, de unos 10 años. Ellos, odiaban a Norah y ella les odiaba. Era un odio mutuo. Siempre haciendo bromas y travesuras, que la ponían en ridículo. Pero tenía que aguantarse. Será un camino muy largo.



Nathaniel, llegó al castillo. Mientras caminaba hacia su habitación recordó a la chica, que extraordinariamente acertó el tiro, y a quien le salvó de esa gente. Que raramente cambiaron de personalidad. Una chica interesante. Una sonrisa le marcó el rostro.
De pronto se acercaron unos guardias que lo rodearon. Uno de ellos, le amarró las manos, dejándolas inmóviles.
-¡Eh! ¿Que estáis haciendo? ¿Os habéis vuelto locos?- Nate, no entendía nada. ¿Que se había perdido?
-Nathaniel Valliere, por orden del rey Helbus. Queda oficialmente detenido por el asesinato de su padre, el rey Klaus.-  habló uno de los guardias. Estaba pálido de la sorpresa y del cargo del que se le acusaba. Se equivocaban totalmente. ¿Cómo podían pensar algo así?
-Se equivocan. ¡Quiero hablar con Helbus, ahora! – los guardias se miraron entre ellos y se echaron a reír, ante el mandato del chico.
-Ya no tienes autoridad sobre nosotros. Estas detenido y vas a ir a la horca mañana al amanecer. No puede verte nadie a menos que el rey lo mande. ¿Entiendes?- el guardia lo cogió por el brazo y lo arrastró hasta la celda. Uno de ellos le cerró la puerta y se marchó. Él se asomó por las rejas de acero puro. Hasta que su vista dejó de ver al guardia.
En la celda, el suelo era de piedra dura. Y tenía una ventana muy pequeña en lo alto de la pared. También tenía una cama de madera con unas mantas encima. Realmente, nada agradable.
Empezó a pensar, dando vueltas sobre sí mismo en la celda. ¿Helbus lo había traicionado o se habría equivocado? No creo que ahora siendo rey se equivoque de tal manera, mandando al príncipe real a la horca. ¿Me quería muerto, y por qué?
El asesino era una persona del castillo, de total confianza con el rey, y está claro que yo no era. ¿Realmente podría ser Helbus? ¿El mejor amigo del rey? ¿Capaz de traicionar a todo el reino? Eran demasiadas preguntas. ¿Qué tenía entre manos?
-¡Eh! ¿Puedes quedarte quieto? Me vas a marear.- Nathaniel pegó un brinco. No se esperaba que alguien de allí le hablase. Pudo saber que esa persona estaba en la celda de al lado. Sentado en el suelo, apoyado en las rejas observándolo. Nate se acercó.
-¿Quién eres?
-¿Me estas diciendo que aun no me has reconocido, muchacho?- entonces fue cuando se dio cuenta. Esa voz, no podía ser otro, Gary.
-¡Gary! ¿Qué haces aquí?- ahora que se fijaba Gary tenía el pelo revuelto, y con los ropajes rasgados. Como si se hubiera peleado con alguien.
-Pues estoy aquí por lo mismo que tú, Nate. Me han acusado de traición al reino. Por haber participado en la muerte de tu padre.
-¿Cómo? Esto es increíble.- se sentó en el suelo contemplando a Gary.
-A ti y a mí nos han acusado de ser los asesinos del rey Klaus. Nunca pensé que Helbus nos pudiera hacer una cosa como esta. Nos ha culpado por una acción que en realidad… la hizo él.
-¿Él? Entonces, él ha matado a mi padre,- Nate estaba atónito, él fue quien mató a su padre.- Y ahora, va a por mí. Él único de sangre real que queda. Sólo él puede ser rey. Nadie creerá nuestras palabras.- dice con la cabeza agachada.
-Exacto. Ha engañado desde el principio a todo el mundo. Desde que llegó al castillo por primera vez. Recuerdo que tu madre Helena estaba embarazada de ti. Todos éramos felices. No había ningún problema en el reino. Eran buenos tiempos. Cuando ella murió todo cambió.- A Nate le encantaba escuchar hablar de su madre Helena. Todos decían que fue una de las mejores reinas de Alian. Una persona que lo hacía todo más bello y feliz. Ojala, la hubiera podido llegar a conocer de verdad.
Un fuerte golpe lo despierta de sus pensamientos, trayéndolo de vuelta a la realidad. Unos pasos firmes y rectos se acercaban a su celda. Y de pronto, ahí estaba. Delante de ellos.
-Hola, querido Nate.- dijo esbozando una sonrisa.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Capitulo 3


La puerta de la calle se abrió con un chirrido, y ella se acercó corriendo antes de que se fuera la persona que abrió la puerta. Y a tiempo.
-¿Adónde vas?- pregunta Norah confusa. Renée se volvió.
-Voy al mercado. Haber si intercambio estas verduras por algo de pescado.- dijo. No estaban muy bien de dinero, por eso para comer hacían trueques con algunas cosas que ella cultivaba. Las verduras eran del huerto que tenían en la parte trasera de la casa. Venía bastante bien, para que de vez en cuando las pudieran intercambiar por otras cosas.
-¿Puedo ir contigo?- Norah puso sus ojillos de una forma tan irresistible que Renée no se pudo negar. Cosa que le fastidia mucho. Y además nunca la llevaba a ninguna parte.
-Anda venga, pero date prisa.- dijo con un suspiro de fastidio.
-Voy, voy.-Norah se colocó bien sus zapatos, se estiró un poco el vestido, llevaba una blusa blanca de hombro caído, un corsé azul marino y una falda que le llegaba por los talones de color celeste, con sus manos se colocó bien el pelo y se fue corriendo con su tía.
Llegaron al mercado. Había muchísima gente, todo el Reino se aglomeraba casi todos los días allí. Aquello estaba a reventar.
-Norah, ni se te ocurra separarte de mí, ¿entiendes?- A Renée se le veía preocupada, mirando a todo el mundo e intentado ocultarse de algo o alguien. Pero ella no entendía a qué venía eso. No veía ningún peligro por allí.
-Sí, tía.- dijo con desgana. Y sabiendo, que esa contestación siempre la tranquilizaba un poco.
En el mercado cada día había cosas nuevas y muy curiosas, algún que otro espectáculo. Le resultaría difícil no distraerse. Renée la tenía cogida del brazo, así que no le resultaría tan fácil escaparse.
Su tía se paró en un puesto donde vendían pescado fresco para ver si podían intercambiar algo por sus verduras. Norah, mientras que su tía hacía trueques, comenzó a mirar a todas partes y escuchó algunas risas cercanas y, a través de un agujero de tela de un puesto agudizó la vista y vio a bastante gente aglomerada. Tenía ganas de pasarse por allí haber que había. Si le preguntara a su tía si podría ir le diría que no, pero es que… De pronto, involuntariamente se inclinó hacia delante dando un paso. Y lo mejor es que dio unos cuantos sin querer, y no sintió el brazo de su tía aferrándola contra ella que fue lo que la despertó de ese sentimiento de libertad. Se volvió y vio que su tía aun estaba distraída viendo algunos peces.
Norah se sintió libre de repente, y salió corriendo a aquel sitio. Echando de vez en cuando la vista atrás por si acaso.
Cuando llegó, se dio cuenta de que aquello era uno de los espectáculos que había normalmente, y siempre había mucha gente. No podía ver nada, era demasiado baja de estatura. Se adentró en el gentío, pisando algún que otro pie. Y por fin pudo ver algo.
Estaban tirando flechas a una diana lejana, y un hombre con un sombrero curioso gritaba:
-¡Quién consiga dar en el blanco le daré 10 monedas de oro! – A Norah se le abrieron los ojos. Aquello podría ayudar bastante a su tía Renée. Y no podría ser tan difícil dar en el blanco al fin y al cabo no estaba tan lejos, ¿no? Varios hombres levantaron la mano. Dieron una moneda de plata al dueño, y uno por uno fueron tirando flechas. Ninguno conseguía darle siquiera a la diana. La gente se reía y criticaba a aquellos hombres por su falta de puntería con el arco. Ellos se retiraron con la cabeza agachada. Ahora siempre serían recordados como los hombres que fallaron un tiro. Parecía ridículo, pero así era.
- ¿Quién más se ofrece voluntario?- seguía gritando el hombre. Al parecer había que dar una moneda de plata, miró en su bolsillo. Tenía dos monedas. Quizás ella podría…


Nathaniel, paseaba por los pasillos de su castillo, observando detenidamente a todo el que pasaba. Analizándole, y pensado si podría tener algo que ver con la muerte de su padre.
Pasaban sirvientes, hombre y mujeres. Pero ninguno encajaba como un asesino.
Parecía imposible, pero no se rendiría así como así. Lucharía hasta el final por su padre. Pero antes tenía que relajarse un poco.
Necesitaba salir de aquel ambiente, quizás un paseo por el reino no le vendría mal.
Así que se puso una capa para ocultar su rostro. Y se marchó del castillo por una puerta trasera secreta, sin que nadie lo viera.
Cerca estaba la plaza y la gente seguro que estaba en el mercado.
Le gustaba su reino. La gente era muy agradable y sociable. Aquel ambiente le reconfortaba y le recordaba a su padre. Siempre tan cercano con su reino y sus ciudadanos. Recordó que a veces pillaba a su padre yéndose a escondidas a pasear por los alrededores. Sin querer se le escapó una sonrisa.
Se adentró en el mercado, allí siempre había de todo. Alimentos, objetos de cerámica, ropajes, animales…
Todo estaba tan vivo por allí, como siempre.
De pronto se percató de algunas voces cercanas, que le llamaron la atención. Se acercó y se encontró con uno de los espectáculos que había de vez en cuando, a veces, eran un poco crueles por las críticas y demás. Pero eso es lo que le gusta a la gente. Con tal de conseguir algunas monedas, la gente hacía cualquier cosa.
Al ser alto no le hacía falta acercarse mucho para ver.
-¿Algún voluntario? ¿O nadie quiere conseguir 10 monedas de oro? Simplemente, hay que acertar.- decía el dueño de aquello, como sino tuviera consecuencias aquello. Nadie parecía muy participativo, el dueño se estaba poniendo serio. O hacía algo al respecto o su negocio se iría a pique. – Está bien. Ahora. ¡Ofrezco 20 monedas al primero que levante la mano!

Ella no se lo pensó más, y levantó la mano.
-¡Yo, señor! – la gente la miraba con mala cara. Algunos se compadecían, otros tenían bastante curiosidad y otros simplemente, miraban. Al dueño se le iluminó la cara. Aunque no le gustaba que participasen niños, despertaba curiosidad a la gente y podría ser una buena opción.
-Acércate.- Norah se acercó a él. El hombre le extendió la mano como esperando a que le diera algo y ella comprendió, dándole una moneda de plata. El hombre sonrió satisfecho.- Muy bien niña…
-No soy una niña señor, tengo 16 años.- el hombre se rió para que todo el mundo lo escuchara, como sino no fuera importante. Aunque para ella sí lo era.
-Coge el arco y una flecha, señorita.- dijo.- y haber si eres capaz de darle a la diana, al menos.- sonrió de oreja a oreja, sabiendo que jamás lo conseguiría.
Ella se acercó al arco y las flechas, se percató de que todos la miraban. Se sentía un poco rara, pero eso le daba igual. Ella sólo tenía que acertar, coger el dinero y darle una alegría a Renée, sólo eso. Y no podía ser tan difícil.
Pero después se acordó. ¡Jamás había usado un arco! Con el arco y la flecha en la mano pensó: “¿Cómo se coloca esto?”. Si lo preguntaba sabía que se reirían de ella, pero no había otra solución. Ella se acercó al dueño e intentó que no se escuchara demasiado su ridícula pregunta. El hombre se acercó a ella esperando a que le dijera algo importante.
-¿Puede enseñarme cómo se hace?- el hombre se echó a reír a carcajadas, tan fuerte, que la gente aunque no habían escuchado lo que había dicho Norah, también se echaron a reír. Eso le molestó bastante, pero intentó calmarse.- ¿me va a enseñar o no? -Dijo aguantándose el enfado. El hombre la miró confuso.
-Niña, ¿estás segura de continuar con esto?- el hombre aun tenía ganas de reírse, pero se lo aguantó. Ella estaba bastante decidida.
-Sí, a no ser que usted no quiera mi dinero.- dijo. El hombre se puso serio. Además, se reiría un rato.
-Muy bien.- El hombre, cogió el arco y la flecha. La colocó en la posición correcta y tensó el arco.- Niña fíjate cómo se hace.- Norah se mordió la lengua cuando de nuevo dijo la palabra “niña”. Pero estuvo atenta en todo momento. Y se grabó en la cabeza la posición del arco y la flecha. De pronto el hombre disparó a la diana, y todo el mundo le aplaudió. La había clavado en el centro.-Toma.- le dio a Norah de nuevo el arco con otra flecha.-Espero que te hayas fijado bien, niña.- El hombre se sentía orgulloso de su gran tiro al que nadie podía igualar.
Ella se colocó en la posición que había tomado el hombre anteriormente. Tensó la flecha. Todo el mundo se quedó en silencio. Y justo cuando iba a tirar, un viejo borracho empezó a gritar. A ella se le escapó la flecha, y en vede de ir recto se fue hacia arriba. La gente se reía más que nada por el viejo. Ella no se lo podía creer, desde entonces odió a los viejos borrachos.
-Bueno muchachita. Has perdido.- dijo el hombre riéndose en su cara. Norah estaba muy seria, y entonces se acordó. Aun tenía otra moneda. La cogió y se la enseñó meneando la mano.
-¿Me deja tirar otra vez?-Norah estaba segura de que lo cogería. El hombre sin pensárselo dos veces, cogió la moneda.
-Como quieras.- dijo el hombre. Norah le sonrió, y volvió a colocar el arco y la flecha en posición. Tenía que conseguirlo como sea, Renée seguro que ya estaría echa una furia, y si ella consiguiera esas monedas seguro que se sentiría orgullosa de ella, y se daría cuenta de que ya no es una niña, y puede conseguir todo lo que se proponga. Tensó la flecha, agudizó la vista al centro de la diana. Convencida de que aquello no era imposible. Sólo tenía que concentrarse, aunque la gente no paraba de hablar. Tenía que concentrarse aún más. Respiró hondo. Tensó un poco más la flecha y con la vista clavada en la diana. Disparó.
Para su sorpresa, todo el mundo calló. Cuando vio la flecha, se dio cuenta de que había acertado. Clavó la flecha en el centro, y no sólo eso, sino que la flecha que anteriormente había tirado el dueño, se había partido en dos. Ella no podía creerse aquello.
-Imposible…- dijo el hombre.